Visión, manejo y conservación del paisaje para una transición justa en Puerto Rico

Texto
Edgardo González,
Centro para la Conservación del Paisaje

Arte
Camilo Carrión / Taller La Yuma

Visión, manejo y conservación del paisaje para una transición justa en Puerto Rico

Introducción     

La experiencia de trabajar con bosques en Puerto Rico me ha permitido observar transiciones en esos sistemas naturales que van desde la regeneración hasta el proceso de sucesión forestal que ocurre cuando un predio –ya sea con suelo expuesto o una finca– deja de manejarse para productos agrícolas y comienza a observarse una presencia y ocupación de árboles y arbustos que anteriormente no eran evidentes. Este proceso ha ocurrido en muchas partes de Puerto Rico, lo que ha desarrollado una cubierta forestal que observamos cuando viajamos a muchas partes de la isla. La palabra transición presenta una relación entre lo nuevo y lo pasado. Una transición positiva puede considerarse como ese periodo de entrada hacia un nuevo nivel basado en lo aprendido o desarrollado anteriormente para lograr mejores oportunidades, productos y efectos en el futuro. Con esta premisa en mente, desarrollo mi exposición de ideas para un manejo sostenible y conservación de nuestro paisaje. El enfoque de manejo de paisaje es una herramienta de gestión y ordenamiento que incluye componentes de uso de terreno, legales, institucionales, culturales, económicos, ambientales entre otros. Para encaminar una transición positiva del paisaje nacional tenemos que considerar dónde hemos estado y cuáles son algunas opciones a donde podemos llegar. 

Presento y discuto la opción de utilizar la perspectiva de análisis del paisaje como un elemento que ayude en las transiciones justas, en la que se observe y atienda el desbalance entre sociedad y gobierno en el manejo sostenible en Puerto Rico. Características como nuestra realidad isleña, la densidad poblacional, la transformación económica, la recuperación de nuestros bosques y el conglomerado de agencias locales y federales, entre otras cosas, precisan de una mirada al paisaje que los entrelace para una transición justa en el manejo y conservación de nuestras tierras y recursos naturales. Existe una necesidad de repensar las posiciones tradicionales fragmentadas que dividen el paisaje en uno agrícola y otro forestal desviando procesos naturales y colaboraciones que pueden trabajar en nuestro beneficio. Para lograr una mudanza de sistema justa, se requiere el reconocimiento y la integración de los actores que son parte del paisaje para encaminar una política asociativa de alianzas que permita revisar los modelos de plataformas multisectoriales tradicionales.

Una visión de paisaje

Una transición justa en el manejo de recursos naturales requiere entender y valorar que el paisaje es complejo y cuenta con diferentes escalas. Estas escalas funcionan de forma interconectada y requieren de una política pública coherente que encause de forma más eficiente la funcionalidad, conservación y manejo integrado de nuestro paisaje. Internacionalmente el concepto de ‘visión y manejo de paisaje’ ha ganado popularidad y es un tema de trabajo en el cual muchas organizaciones han desarrollado programas de restauración o rehabilitación. Podemos identificar la Red Internacional de Bosques Modelo, organizaciones como la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (IUCN, por sus siglas en inglés), el Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF, por sus siglas en inglés) y “EcoAgriculture Partners” como algunas de las organizaciones internacionales que mantienen iniciativas y programas del manejo y restauración del paisaje. La Iniciativa Latinoamericana del Paisaje (LALI, por sus siglas en inglés) contempla políticas y principios éticos para trabajar convenios que reconozcan, valoren, protejan y planifiquen de forma sostenible el paisaje latinoamericano (LALI, 2012). El organismo Subsidiario de Asesoramiento Científico y Técnico de la Convención sobre Biodiversidad Biológica (CBD, por sus siglas en inglés) presentó diez principios para un enfoque de paisaje que son analizados por Sayers, et al. (2013). Estos principios son:

  1. Aprendizaje continuo y manejo adaptativo
  2. Punto de entrada de preocupación común
  3. Escalas múltiples
  4. Multifuncionalidad
  5. Múltiples actores
  6. Lógica de cambio negociado y trasparente
  7. Clarificación de derechos y responsabilidades
  8. Monitoreo participativo y fácil de usar
  9. Resiliencia
  10. Fortalecimiento de la capacidad de las partes interesadas

Estos principios apuntan a la necesidad de una reforma de agencias, una visión multidisciplinaria y un ajuste en política pública que comparta el proceso de toma de decisiones con los residentes y las comunidades.

Para lograr transiciones justas en Puerto Rico –que consideren aspectos de ambiente, agricultura, bosques, clima, cultura, economía y otros– podemos explorar una visión que analice cómo el mismo ha cambiado a través de la historia. El paisaje se reconoce no sólo en su función de áreas naturales y espacios abiertos. Ha sido reconocido de diferentes formas; algunos usan el término considerando un espacio definido, otros usan el concepto de mosaico y desde el punto de la biología de conservación se pueden considerar los espacios o hábitat como se les denomina desde la biología, en que una especie en particular vive y se desplaza. (Ver, por ejemplo, Forman (1995), Godron & Forman, (1986), y McGarigal (2000)). Para tener un marco de discusión específico, estaremos definiendo el paisaje como el ambiente social y ecológico determinado por una escala o área de trabajo o manejo que consiste en un mosaico de espacios modificados y/o naturales. Estos espacios muestran una configuración característica por su topografía, vegetación, usos de terreno e infraestructuras que es influenciada por los procesos ecológicos, históricos, económicos y culturales, así como por las actividades actuales que ocurren en el área. Esta definición mantiene el concepto de que las escalas son permeables y están anidadas dentro de entornos mayores que deben ser analizados a su medida particular. Por ejemplo, una finca puede ser un paisaje de trabajo con escalas más pequeñas como áreas de cultivos, caminos, parchos de bosques, etc. Esa finca está ubicada y es parte de un contexto mayor que se puede definir por la cuenca inmediata de un río para donde discurren las aguas de la finca y ese río puede ser parte de una cuenca mayor que finalmente discurre hasta el mar. A su vez, la finca está en una comunidad o barrio que es parte de un municipio que está definido por una escala en particular y el municipio puede ser parte de una región definida por una agencia para ofrecer servicios y programas en la finca. 

 

 

Fig. 1 Representación gráfica de componentes y escalas asociadas al paisaje de una finca en una cuenca de un río principal que desemboca al mar.

En la imagen anterior (Fig. 1), se observa cómo podemos definir escalas y cómo en ellas se exponen unas particularidades, así como una relación o vínculo que puede considerarse a través del paisaje según subimos y bajamos de escala. El término “escalas permeables” se usa para destacar y reconocer la conectividad y relación entre las escalas. Manejar y analizar el paisaje de forma fragmentada y como escalas independientes es uno de los temas que debemos superar para lograr una transición hacia paisajes sostenibles. Podemos notar que existen paisajes de trabajo que tenemos que analizar bajo diferentes conceptos, a nivel administrativo (regiones de trabajo de agencias, reservas naturales o agrícolas), sociales (mis vecinos, mi barrio, mi municipio, etc.), físicos o ecológicos (finca, cuenca hidrológica, hábitat de especie, etc.). Es necesario reconocer el paisaje en que estamos trabajando mediante límites que facilitan nuestro análisis, pero no podemos perder la perspectiva de la relación entre las escalas en que existe el paisaje que estamos evaluando. Para considerar un marco conceptual sobre la complejidad de trabajar a nivel de paisaje, podemos examinar los ejemplos y conceptos como el desarrollado por Allen y Hoekstra (2015) que presenta el concepto de una escala flotante y cómo los procesos físicos de los sistemas ecológicos están definidos por medidas de tiempo y espacio. El modelo de ecosistema humano (HEM, por sus siglas en inglés), trabajado por Burch, Machlis y Force (2017), presenta un marco conceptual que nos ayuda a organizar y analizar los componentes del paisaje. Los autores presentan los recursos críticos como los biofísicos, los socioeconómicos y los culturales asociados por flujos y conexiones con el sistema social integrado por las instituciones sociales, los ciclos (físicos, individuales, institucionales y ambientales) y el orden social (identidad, normativas sociales y jerarquías). En estos ejemplos, observamos la interacción en las escalas y los flujos proveyendo herramientas de análisis de sistemas complejos como el paisaje. Por ejemplo, la jerarquía de terrenos en termino de poder en la cuenca del río Fajardo está dictada por una amplia titularidad de terrenos de la Autoridad de Tierras que dirige los usos de terrenos hacia actividades agrícolas en las áreas más cercanas al cauce del río. Las prácticas de conservación en este paisaje pierden efectividad al dirigirse a la escala de finca cuando deben ser consideradas a la escala del titular para que se apliquen en toda la cuenca. Si la agencia titular estableciera criterios, condiciones y prácticas de manejo a nivel de paisaje, se desarrollaría una mejor uniformidad en el manejo de las fincas que componen el paisaje asociado al cauce del río Fajardo. Actualmente una finca puede aplicar prácticas de conservación y hasta recibir incentivos de agencias federales, mientras otras no utilizan las mismas prácticas o no reciben los incentivos provocando el flujo de sedimentos hacia el río. La falta de una estrategia de trabajo a nivel paisaje hace que las prácticas e incentivos atemperen el problema de manejo, pero no lo resuelve.

Bosque + Agricultura + Cambios en el paisaje en Puerto Rico

Desde antes de la llegada de los españoles a nuestra isla, la población indígena estaba diseminada en yucayeques y el bosque jugó un papel primordial convirtiéndose en un suplidor de alimentos y materiales para la construcción de viviendas y embarcaciones (Domínguez-Cristóbal, 2000). El inicio de la deforestación española en la isla con el establecimiento de Caparra comenzó una serie de actividades que causaron cambios e impactos en nuestra cobertura forestal. Es necesario destacar que las actividades de corte y extracción de madera de los bosques se aplicó sin principios de manejo y sostenibilidad causando el cambio de un paisaje dominado por bosques a uno de espacios abiertos donde predominaba el pasto y se efectuaban siembras agrícolas. A principio del siglo 20, los bosques cubrían cerca del veinte (20) por ciento de Puerto Rico, pero sólo una tercera parte de estos terrenos forestales rendían productos que eran utilizados; el resto se usaba para leña o producir carbón (Birdesey & Weaver, 1982). A finales de los años 40, la cubierta forestal de la isla bajó a un 6 % del territorio (Birdesey & Weaver, 1982) creando un paisaje muy diferente dominado por cultivos, pastos y viviendas. En esa época, Puerto Rico fue uno de los países más deforestados y con mayor erosión en el mundo (Birdesey & Weaver, 1982). Ante la falta del bosque y bajo los cambios socioeconómicos, la siembra de árboles y la restauración de los bosques pasaron a ser el norte de muchos programas forestales de la isla. La exclusión de actividades en los bosques pasó a ser prioridad dejando de ver al bosque como un suplidor de alimento y materiales que documenta nuestra historia y trasfondo cultural. Por otro lado, la agricultura como uso de terreno para suplir de alimento a la población y como actividad económica dominó por mucho tiempo el paisaje de nuestra isla. Estas dicotomías históricas entre bosque y agricultura y posteriormente, entre bosque, agricultura, y urbanización, nos han llevado a ver nuestro paisaje de forma fragmentada. De igual forma, las agencias gubernamentales responsables del manejo y administración de estas actividades en Puerto Rico mantienen acciones separadas que provocan que los cultivos guarden poca o reducida relación con el bosque y que el bosque no reciba uso sostenible o un reconocimiento de recurso renovable.

Una de las transiciones necesarias en Puerto Rico para un paisaje más sostenible debe ser comenzar a reducir, hasta lograr eliminar, la disociación de los conceptos bosque y agricultura. Por un lado, los agricultores se han tenido que ajustar a medidas y condiciones en las que predominan los monocultivos. Las prácticas y programas que integran el componente forestal, como el café de sombra, se condicionan ante esa presencia de árboles ya que no se consideran parte del cultivo o del producto. De igual forma, el Departamento de Recursos Naturales y Ambientales promueve un programa para dueños de terrenos privados conocido como Bosque Auxiliar (Ley de Bosques de Puerto Rico, Ley 133 de 1975, según enmendada), que impone la condición de que el dueño del terreno debe tener cinco (5) cuerdas en área contigua dedicadas exclusivamente a la producción y desarrollo de bosques para propósitos que no sean la producción de café, frutas, u otros frutos comestibles. Esa fragmentación forzada entre dos usos de terrenos, pero que de forma natural son compatibles ya que el cultivo se puede beneficiar de la sombra de árboles, adolece de un razonamiento lógico en una isla donde actualmente domina la cubierta de bosques. Una visión que considere la integración y no la fragmentación del paisaje se debe pensar como parte de una reingeniería de programas que actualmente atemperan los problemas de manejo de terreno y no promueven o facilitan la solución de estos problemas. Los programas y ayudas de agencias estatales y federales se han adaptado a estas condiciones de segregación ajustando definiciones y clasificaciones bajo el término de terreno no agrícola para separar o no reconocer parchos de bosques en una misma finca. Esa separación sumada a la deforestación que sufrió la isla menoscabó nuestra cultura forestal y nuestra relación con el uso sostenible de los bosques, que dejaron de ser ese paisaje considerado para suplir alimentos y materiales a ser uno de exclusión de aprovechamientos, limitando de esta forma su manejo bajo conceptos culturales y silviculturales de base sostenible. Más aun, los bienes y servicios ambientales de los bosques no se valorizan o visualizan como producto y no se contabilizan, aunque se mercadean por parte del gobierno, como ocurre con el recurso agua. El bosque –además de proveer servicios ambientales asociados a vida silvestre, recreación y otros– protege un terreno por donde fluye y se conserva agua que discurre por quebradas y ríos a plantas de filtración. Ese producto agua puede mantener su calidad y consistencia de producción gracias a esos bosques que, en su mayoría, están en terrenos privados por lo tanto están produciendo un bien que el gobierno mercadea. La falta de una visión que valorice y reconozca esta producción del bosque y, más aún, que esa producción pueda verse sumada a otros aprovechamientos sostenibles y asociados a la agricultura con sistemas agroforestales son parte de las transiciones en el manejo y conservación de recursos naturales necesarias para un paisaje más sostenible.

En América Latina, algunos países muestran una estrecha relación con sus bosques donde se mantienen zonas de conservación, zonas de aprovechamiento y uso sostenible. En Puerto Rico, la relación cultural y de producción con el bosque se ha mantenido a una escala reducida. La cubierta forestal que domina nuestro paisaje hoy día cuenta con una composición de especies y una estructura de crecimiento diferente a la de los bosques nativos que existían antes de que se eliminara cerca del 94 % en la década de 1940. Aun así, observando las funciones y considerando los bienes y servicios que producen los bosques, éstos representan una oportunidad de sostenibilidad social para Puerto Rico que debe ser parte de la discusión de una economía regenerativa. Hay que repensar iniciativas y estrategias, por ejemplo, los programas de reforestación en cuencas para proteger embalses. Las visiones tradicionales del concepto de cuenca se deben examinar para definir escalas más apropiadas. Nos debemos preguntar: ¿son efectivas a esa escala o debemos ser más puntuales y precisos? Usualmente se trabaja con cuencas principales como la del río La Plata o la del río Grande de Loíza, pero, podemos bajar de esa escala a lugares donde llueve más de lo que se evapora o transpira para definir zonas de mayor producción de agua en esas cuencas. Lo interesante es que el Plan de Aguas de Puerto Rico (Department of Natural and Environmental Resources, 2009) ya ofrece la información que nos puede permitir mejores estrategias para conservar el recurso agua. El uso de esa escala flotante y bajar de la cuenca completa a subcuencas identificadas como significativas por el flujo de agua que corre por éstas nos permitiría mayor efectividad en su manejo. En esa subcuenca, reconocer quién vive, cómo utiliza el terreno y qué asistencia puede recibir para proteger el suelo puede rendir mejores beneficios que una estrategia masiva de reforestación de cuencas con poco mantenimiento y monitoria de las siembras. En lugar de un programa de reforestación, la conservación y protección de zonas ya forestadas puede ser una prioridad. Los programas de reforestación se encaminan a llevar y sembrar árboles, destacando en ocasiones la siembra de especies nativas y hasta especies en peligro de extinción. Sin menospreciar la acción, se requiere una mirada más detallada a estas iniciativas. Como mencioné en la introducción, la sucesión forestal es un suceso natural que encamina la cubierta forestal en espacios abiertos. Los espacios abiertos pueden estar formados por terrenos erosionados, compactados, maltratos y sobre utilizados hasta el punto en que se abandonan. Terrenos que ya están en proceso de sucesión forestal presentan el crecimiento de las especies adaptadas y tolerantes a muchas de las condiciones del terreno donde están creciendo. Puede que no todas esas especies sean nativas, pero proveen servicios y trabajan en mejorar la condición del suelo enriqueciéndolo con su hojarasca. Estos lugares pueden ser mejorados con la siembra de algunas especies bajo el concepto de siembras de enriquecimiento en las que se siembran especies para mejorar la diversidad, fortalecer y acelerar el proceso de sucesión en desarrollo sembrando sólo en espacios disponibles o claros del bosque. Este tipo de actividad es menos costosa ya que no hay que sembrar todo el predio y requiere menos mantenimiento que las tradicionales siembras en terrenos donde no hay árboles. Además, el proceso quizás no debe enfocarse en sembrar especies en peligro de extinción sino en crear las condiciones que apoyen el crecimiento de estas especies en el futuro. La reconceptualización del cargo ambiental que establece la Autoridad de Acueductos y Alcantarillado en las facturas de sus clientes puede dar base para que se establezca una anualidad de dinero a los dueños de terreno de zonas ya forestadas y de producción de agua. En ese bosque asociado a la producción de agua, se puede considerar el aprovechamiento de otros usos de forma sostenible contemplando su sombra para productos forestales no madereros y mejorar su estructura y composición con siembras más estratégicas a escalas más pequeñas y puntuales. Por ejemplo, la producción de miel, flores, setas y otros productos, a una escala que mantenga los servicios hidrológicos, podría ser visto como un programa de conservación y producción por parte del Departamento de Agricultura. Todas estas ideas requieren una revisión de políticas públicas, cambiar las visiones tradicionales y trabajar con el manejo integrado de nuestro paisaje para una política institucional coherente. Esto no es sencillo, principalmente si el andamiaje gubernamental está cómodo con su enfoque de trabajo y no es cuestionado. Este tipo de discusión puede motivar que las transiciones de ese manejo tradicional se produzcan desde los dueños de terreno, desde los agricultores que pueden ampliar su oportunidad de productos de forma sostenible y desde las comunidades que ya cuentan con una cubierta de bosques que protege una subcuenca.

Reducir el desbalance de poder

En el paisaje y sus escalas tenemos diferentes actores. Bajando a la escala de una finca, podemos identificar a quien posee o maneja el terreno como la figura principal de esa escala. Consideremos varios ejemplos:

  • Si trabajamos con las fincas en una zona de producción de agua podríamos integrar una red de actores o grupo de trabajo, coalición, alianza o comité que reside y mantiene condiciones favorables para el flujo y calidad del recurso agua. Estos actores pueden ser empoderados con la información de la producción de bienes y servicios, en especial el agua, para llevar un planteamiento del pago por los servicios ambientales que sus terrenos proveen. Ese manejo efectivo a nivel de paisaje o subcuenca, en esta escala, puede medirse y monitorearse con la participación de la Autoridad de Acueductos y Alcantarillados considerando la entrada y calidad del agua que entra a una toma de agua o a la planta de filtración que se nutra de las aguas que discurran desde los terrenos integrados en el manejo de cuenca.
  • El uso de la sombra o de troncos de árboles para el cultivo de productos como plantas medicinales, setas, flores, miel, cacao, vainilla y otros productos que se pueden dar en este ambiente de manejo de cuencas. Una red de actores puede crear presión para lograr que las agencias atiendan, evalúen y fomenten este tipo de práctica. Agencias como los departamentos de Recursos Naturales y Ambientales y el de Agricultura pueden establecer programas para estos terrenos que cuentan con bosques y productos forestales mercadeables. En estos casos, las agencias pueden establecer incentivos y siembras de enriquecimiento que pueden ser atendidas como parte del acuerdo del propio incentivo. Este tipo de alianza puede redundar en más efectividad en la rehabilitación de paisajes y puede reducir las presiones sobre terrenos forestales para usos no compatibles por sus pendientes, condiciones climáticas o accesibilidad.
  • La integración de árboles frutales y de maderas nobles en espacios donde se recibe luz solar debido a las aperturas o espacios no ocupados en la cubierta superior del bosque puede representar una inversión a largo plazo para dueños de terreno que quieren mantener su bosque, pero, a su vez, disfrutar de productos de árboles frutales. Este tipo de bosque puede tener una estructura que beneficie la vida silvestre ya que tendrá árboles más altos y otros más bajos diversificando la estructura vertical del bosque. La siembra de árboles de maderas nobles y de especies asociadas a usos artesanales también puede ser conceptualizado con una visión comunitaria. El aprovechamiento con manejo sostenible de espacios disponibles en comunidades puede ser considerado de forma similar al ejemplo del recurso agua donde los terrenos se manejen de forma integrada y se considere la elaboración de productos desde la propia comunidad.

Necesitamos reducir el desbalance de poder que imponen las agencias al ver el paisaje de una forma fragmentada; limitando y no reconociendo oportunidades de sistemas agroforestales o mercados de bienes y servicios manejados de forma sostenible por comunidades o dueños de terreno. La transición hacia un paisaje sostenible entre la agricultura y los bosques se puede dar y tenemos las condiciones para lograrlo. Necesitamos desarrollar plataformas de trabajo que permitan fomentar los enlaces, el intercambio y el flujo entre las escalas de paisaje y sectores como el agrícola, el forestal y el económico. La organización de esos actores que inciden en un mismo paisaje o que manejan de forma similar su terreno son claves para tratar de reclamar esas transiciones hacia el manejo integrado del paisaje.  

Recomendaciones finales

Las iniciativas a nivel de paisaje deben ser estudiadas y consideradas acorde con los objetivos que se desean lograr (rehabilitación del bosque, proyectos agroforestales, considerar el aporte del recurso agua en cuencas, etc.), pero manteniendo una visión de que todos inciden en un paisaje con escalas permeables anidadas dentro de paisajes mayores. La transición hacia un análisis de paisaje tiene la intención de proveer un enfoque que ayude a lograr beneficios sociales, económicos y ambientales considerando una dinámica de usos de terreno con un marco de sostenibilidad. No necesariamente presento que el análisis de paisaje sea un proceso de trabajo más fácil para el manejo y administración de tierras. Sí considero que esta herramienta ofrece una opción más democrática y justa ante la dinámica de fragmentación de usos de terreno en nuestro paisaje. Al igual que nuestras vidas, los procesos a nivel de paisaje son activos y dinámicos, por eso el mantener un marco conceptual de análisis claro y adaptativo de nuestro paisaje y su evolución tiene que ser parte de un enfoque de manejo de éste. La recomendación de considerar el modelo de ecosistema humano (Burch y colaboradores, 2017) se puede sumar al análisis y consideración de otros modelos como primer paso. La necesidad de buscar opciones de integrar actividades agrícolas, conservación de bosques y otros usos existentes en un paisaje compartido es un asunto que se discute en el marco internacional y se pueden buscar ejemplos comparables a nuestro entorno natural. El cambio climático le suma una variable a nuestra ecuación en la que los escenarios de disturbios como tormentas y huracanes pueden ser más frecuentes o de mayor intensidad. Eventos de periodos de sequías pueden requerir de iniciativas de integrar sombra para cultivos y pueden acrecentar la importancia de mantener terrenos forestales en zonas importantes para la producción de agua. Espacios de bosques con siembras de frutales y cultivos integrados a la configuración de estos espacios pueden servir de refugio en el caso de tormentas y huracanes ya que estos disturbios usualmente devastan las siembras agrícolas abiertas, mientras los bosques muestran más resistencia a estos eventos.   

Los diez (10) principios para un enfoque de paisaje que buscan reconciliar la agricultura, la conservación y otros usos (Sayers, et al., 2013) nos proveen una guía y pueden ir siendo trabajados de forma paulatina. Las herramientas y fuentes recomendadas deben analizarse desde nuestra realidad isleña y se pueden considerar proyectos e iniciativas de actores locales que ya presentan alguna conectividad en el paisaje que inciden. Por ejemplo, la iniciativa Red Internacional de Bosques Modelo provee una plataforma social donde el bosque sirve como trasfondo para definir una región particular. En Puerto Rico, contamos con el Bosque Modelo Nacional de Puerto Rico, que es una plataforma de trabajo que puede considerarse, así como cooperativas y grupos agrícolas existentes en nuestro paisaje. Trabajar desde estas organizaciones de base comunitaria, en las que se integran y participan actores locales, puede ser un punto de partida para dialogar temas o preocupaciones compartidas de cómo manejar nuestro paisaje de forma integrada. Este proceso puede estar dirigido no sólo a ver puntos de convergencia, sino también puntos de divergencia entre los actores que viven y trabajan en el paisaje que analizamos. El apoyo para ampliar y fortalecer el conocimiento e información de los actores facilitando herramientas y apoyando proyectos a nivel de paisaje es otro punto que debemos considerar para promover un manejo integrado y sostenible. 

En el caso de dueños de terrenos con bosques –que no necesariamente están trabajando proyectos agrícolas– se debe fomentar y desarrollar un diálogo y proceso de organización similar al que grupos agroecológicos han elaborado. Las iniciativas agroforestales y de prácticas de forestería análoga que integran siembras de frutales y otras especies son opciones que se deben examinar junto con iniciativas de productos forestales no madereros como son la miel, las flores, setas, los bejucos de uso artesanal y otros. Existen múltiples publicaciones (Sebogal, Besacier, & McGuire, 2015; Guariguata, et al., 2010; Forero-Montaña, Zimmerman, & Santiago, 2017; Forero-Montaña, Marcano-Vega, Zimmerman, & Brandeis, 2019; Galabuzi, Eilu, Mulugo, Kakudidi, & Tabuti, 2014; Tucker & Ostrom, 2005; Dickinson, 2014; Jones, 2001) y trabajos a pequeña escala en Puerto Rico que pueden ser considerados para fomentar el enlace entre el manejo sostenible de bosques y la agricultura. Por ejemplo, en un análisis que incluyó entrevistas a artesanos y aserraderos se identificaron: el uso de 187 tipos de madera de las cuales 125 crecen localmente y 65 son importadas, el uso de semillas de 32 especies, el uso de 4 tipos de bejucos y el aprovechamiento de bambú (Forero-Montaña, Zimmerman, & Santiago, 2017). En el 2017, el Departamento de Agricultura tenía documentados 80 productores de miel y consideraba la producción como baja, por lo que un programa que incentive a dueños de terrenos forestales a considerar el producto o a que consideren arrendar espacios en sus terrenos para la apicultura puede ser una opción a considerar. Hay trabajos (Tavarez, Galbraith, & Bosques-Perez, 2018) que documentan que los bosques son el uso preferido por los apicultores para colocar colmenas por la diversidad de recursos florales. Conceptos de valor añadido como destacar productos manejados y producidos por la comunidad o productos bajo un sello de elaborado en el Bosque Modelo son acciones que pueden favorecer a los residentes del paisaje.

En conclusión, la conservación y manejo a escala de paisaje puede ser una herramienta para reducir el desbalance de poder que establecen las agencias fomentando programas fragmentados que les facilitan su trabajo. Además, reconocer e integrar a los actores del paisaje en su manejo puede alinear una política pública más justa y efectiva para la sostenibilidad de Puerto Rico. El reto es pasar de un sistema tradicional enfocado en acciones para atemperar problemas de manejo a uno que entienda y aplique procesos de manejo integrado del paisaje para resolver los problemas.   

Referencias

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