Economías para el bienestar: modelos y estrategias para una transición justa

Texto
Ivonne del C. Díaz-Rodríguez (1),
Departamento de Economía, Universidad de Puerto Rico- Mayagüez

Arte
Gabriela Ennich Díaz

Economías para el bienestar: modelos y estrategias para una transición justa

Introducción

En la década de 1940, el producto interno bruto (PIB) se convirtió en el objetivo de política económica más utilizado en el mundo y su crecimiento fue visto como una señal de una economía robusta. Sin embargo, el PIB, o el valor en el mercado de la producción de todos los bienes y servicios dentro de la economía, mide el bienestar económico, pero no mide el bienestar social y ecológico. Asimismo, el modelo económico vigente, dependiente de ese crecimiento, ignora los límites ecológicos en que ocurren las actividades económicas, desvaloriza las actividades no comerciales, como el trabajo voluntario o el tiempo libre, y no atiende la desigualdad. 

Estas preocupaciones han sido discutidas y debatidas durante décadas. A principios de los 60, la bióloga Rachel Carson, en su libro Primavera silenciosa, advirtió que el uso inapropiado de pesticidas en Estados Unidos causaba daños a los sistemas naturales. En 1971, el economista Nicholas Georgesçu llamó la atención sobre el impacto de los procesos económicos en la degradación de los materiales y la energía. Asimismo, el Club de Roma advirtió sobre los peligros de sobrepasar los límites del crecimiento (Meadows, et al., 1972). En 1976, el economista Fred Hirsch también planteó que el crecimiento tiene límites sociales, porque debido a las desigualdades sociales, una economía en crecimiento nunca podría satisfacer las necesidades de todas las personas. Desde 1972, la Organización de las Naciones Unidas se ha congregado en múltiples ocasiones para tratar de buscarle soluciones a los problemas causados por las actividades humanas. Asimismo, miles de científicos del mundo han alertado sobre las consecuencias catastróficas del aumento en las emisiones de contaminantes (IPCC, 2021; Wolf, et al., 2020).

Por su parte, el decrecimiento defiende la erradicación del crecimiento como objetivo social, y apoya modos de vida distintos. Para Kallis, et al. (2015), el decrecimiento plantea varias críticas: (1) el crecimiento es antieconómico, porque sus costos aumentan más rápido que los beneficios, incluyendo daños a la salud, degradación ambiental, contaminación o daños psicológicos, entre otros; (2) el crecimiento es injusto, porque está subsidiado por el trabajo no remunerado de los hogares; y porque genera un intercambio desigual de recursos, incluyendo el envío de desechos y contaminantes a comunidades de escasos recursos económicos, grupos étnicos y raciales; (3) la comercialización erosiona el capital social, la sociabilidad y los buenos hábitos, afines con la compasión, la empatía o la conservación de la naturaleza; (4) el crecimiento no aumenta los niveles de felicidad, porque una vez se satisfacen las necesidades básicas, el ingreso adicional se utiliza para adquirir bienes de lujo o bienes que nos ubican en una posición más elevada a los demás; (5) el crecimiento es ecológicamente insostenible, porque la economía no puede producir infinitamente, ya que sobrepasaría los límites del ecosistema planetario e impondría enormes costos sobre la sociedad y la naturaleza.

Indudablemente, el modelo vigente de crecimiento económico ha tenido efectos adversos sobre los ecosistemas naturales, sobre las economías y sobre las sociedades. La destrucción ambiental pone en peligro la salud de los ecosistemas, la vida humana y las economías, incluyendo la propagación de enfermedades mortales como el coronavirus (Rosenberg, 2020). Puerto Rico también se enfrenta a una creciente vulnerabilidad social, económica y ecológica, y es urgente que hagamos una transición hacia modelos, políticas y acciones que promuevan el bienestar. En las próximas secciones se discuten algunas propuestas para una transición justa, que incluyen la economía ecológica, la economía circular y regenerativa, y la economía compasiva. Sin embargo, una transición justa no ocurre automáticamente, sino a través de procesos de reflexión, participación, discusión, acuerdos y acciones entre las partes involucradas. Este escrito pretende comenzar ese proceso de reflexión y diálogo.

La economía ecológica     

El paradigma de la economía ecológica surgió durante la década del 1970, como resultado de las preocupaciones con el modelo económico enfocado en el crecimiento y en la explotación de recursos (Ver diagrama 1). En el diagrama 1, se puede observar que la economía es un subsistema de un ecosistema más grande y finito, con un flujo continuo de energía solar. Cuando la economía crece físicamente, utiliza materia y energía; y la materia y los desperdicios, resultantes de esos procesos, regresan al ecosistema. Mientras la economía produce bienes y servicios, el ecosistema provee servicios ambientales, como la protección contra inundaciones, la regulación de gases y del clima, el control de la erosión y la retención de sedimentos, la polinización, los recursos genéticos, la producción de alimentos o agua, entre otros (Costanza, et al., 1997). La parte inferior del diagrama muestra el crecimiento de la economía, presionando y degradando los espacios del ecosistema. Aunque el aumento en producción aumenta el crecimiento económico, éste reduce los servicios ambientales y el bienestar social, a través de la explotación de recursos, los desperdicios y la contaminación. Esto demuestra el conflicto físico entre el crecimiento económico y la preservación del ecosistema natural (Daly, 2015).

  

Diagrama 1. La economía de un mundo lleno. Fuente: Daly (2015). Reproducido con autorización del autor.

Desde el surgimiento de la economía ecológica, los trabajos de Nicholas Georgesçu, Kenneth Boulding, Herman Daly, Robert Costanza, Joan Martínez-Alier, Manfred Max-Neef, David Barkin y Kate Raworth, entre otros, han ayudado a desarrollar nuevas propuestas transformadoras. Las ideas centrales de la economía ecológica se resumen en varios puntos claves: la sociedad depende del medio ambiente; la actividad económica depende de un planeta con espacio y recursos limitados y por tanto no puede crecer infinitamente; algunas de nuestras prácticas tienen consecuencias nocivas e irreversibles sobre el ecosistema natural; y hay valores distintos e inconmensurables con los valores monetarios, como el valor intrínseco o el valor de uso (Friend, 2019).  

Los economistas ecológicos contribuyen a pensar en una economía distinta al modelo vigente de crecimiento; una economía que incorpora aspectos económicos, pero también aspectos sociales y ecológicos. Dentro de sus recomendaciones de política pública se encuentran, por ejemplo, la equidad intergeneracional, la justicia ambiental, los movimientos socioambientales, la participación comunitaria y el metabolismo social (Barkin & Carrillo, 2019; Barkin & Sánchez, 2019; Toledo, 2013). El análisis del metabolismo social es relevante para entender el impacto del crecimiento sobre los ecosistemas. A través de éste, se calculan los flujos de energía y materiales, y se cuantifica el metabolismo energético y/o material de un país (Toledo, 2013). El concepto del metabolismo social se presenta en el diagrama 2: la entrada de insumos al sistema (apropiación), la transformación de materiales, el consumo, y la generación de desechos (excreción), que eventualmente regresan a los ecosistemas. El metabolismo social se ha calculado a escala nacional, local y microregional (Peinado, et al., 2020; Toledo, 2013). Por ejemplo, Peinado, et al. (2020), desarrolló indicadores biofísicos de huella ecológica e hídrica, para determinar la magnitud y las características de materiales y energía en América del Sur.

Diagrama 2. El proceso general del metabolismo (de materia y energía) entre sociedad y naturaleza. Fuente: Toledo (2013). Reproducido con autorización del autor.

Los economistas ecológicos también se han insertado en el debate y análisis del Green New Deal (GND). Según Harris (2019), el GND presenta oportunidades para promover el empleo a través de inversiones sociales, como fue la inversión social de la economía Keynesiana. En ese sentido, la perspectiva de la economía ecológica implica una reorientación extraordinaria en las actividades económicas y visualiza una transición tan, o más radical, que la revolución Keynesiana. Asimismo, el GND puede promover la transición hacia una economía ambientalmente sostenible, a un costo relativamente bajo. Por ejemplo, al considerar los beneficios ecológicos, la transición masiva hacia renovables y hacia mayor eficiencia energética, podría considerarse un beneficio neto y no un costo (Harris, 2019). Por su parte, Temper y Bliss (2019) argumentan que un GND exitoso podría garantizar ciertas necesidades básicas y la creación de redes autónomas de ayuda mutua para alimentos, salud o vivienda, liberando a las personas de ciertas precariedades o trabajos asalariados.

La economía circular y regenerativa

El modelo de la economía circular y regenerativa combina aspectos de la economía ecológica y el bienestar humano. En éste, los sistemas ecológicos y sociales evolucionan para mantener una economía saludable y justa. Además, los recursos son canalizados hacia procesos de retroalimentación, renovación y autosuficiencia, con flujos de fondos constantes hacia la educación, salud, infraestructura, innovación y emprendimiento (Fath, et al., 2019). Este modelo también promueve el buen vivir, la participación democrática, la justicia ambiental, la equidad social, la compasión y el cuidado de la naturaleza (Brown, et al., 2018; Movement Generation, 2016).  

Conjuntamente, el modelo circular de Kate Ratworth sitúa a la economía dentro de 9 límites planetarios y 12 fundamentos sociales (Raworth, 2018). Estos límites planetarios y fundamentos sociales garantizan que todas las personas obtengan un “espacio ambientalmente seguro y socialmente justo, donde la humanidad pueda prosperar” (Ver diagrama 4). 

 

Diagrama 3. La dona de los límites sociales y planetarios (Raworth 2018). Fuente: DEAL (2021). Reproducida bajo autorización de la licencia Creative Commons CC BY-SA 4.0.

 

El modelo de Raworth ha sido implantado en varios países y comunidades, como en los Países Bajos, China, Sudáfrica, Gales y el Reino Unido. En marzo del 2020, este modelo circular se incorpora a la planificación postpandemia de la ciudad de Ámsterdam, e incluye políticas para reducir los desperdicios, hacer más con menos, lograr la neutralidad climática y utilizar los ciclos de vida de los productos para preservar el valor de los materiales. También se enfoca en los flujos de alimentos y residuos orgánicos, los bienes de consumo y el entorno construido. Dentro de los instrumentos económicos utilizados, se encuentran los incentivos financieros, subsidios, financiación de deudas, permisos transferibles y alianzas público/privadas. Sus políticas también promueven las actividades de investigación, programas educativos, intercambio de información y plataformas de participación (City of Amsterdam, 2020). 

En su modelo, Raworth (2018) propone siete principios para desarrollar el pensamiento holístico, necesario para entender y analizar los problemas del siglo 21.

Diagrama 4. Siete Formas de Pensar como un Economista del Siglo 21. Fuente:DEAL (2021).. Reproducida bajo autorización de la licencia Creative Commons CC BY-SA 4.0). Traducción de la autora.

 

La economía de la compasión

La economía de la compasión explora las interconexiones entre el bienestar espiritual, humano y material; y examina cómo impulsar decisiones sostenibles que aborden los desafíos a los que se enfrentan las economías (Ng, 2020). Las propuestas para una economía de la compasión están apoyadas principalmente por las investigaciones en la neurociencia, la psicología, la economía y el budismo (Cherchia & Singer; 2016; Davidson & Lutz, 2008; Singer & Snower, 2015; Singer & Ricard, 2015). Estos estudios revelan que los seres humanos pueden desarrollar niveles cognitivos y sociales superiores, como la empatía, la compasión, la regulación de las emociones y la atención. Asimismo, la atención plena o Mindfulness provee beneficios físicos y mentales, y contribuye a cultivar la compasión y la colaboración (Ricard, Lutz, & Davidson, 2014; Kabat-Zinn, et al., 1992). Estos resultados tienen implicaciones importantes para las transiciones justas, ya que la compasión, la solidaridad y la cooperación humana son necesarias para enfrentar y resolver problemas globales, como el cambio climático, los problemas de salud, la pobreza y la desigualdad (Singer & Snower, 2015).  

En diversos lugares del mundo, existen políticas y acciones concretas para promover la economía de la compasión. Por ejemplo, en la ciudad de Cincinnati, Ohio, se estableció la organización comunitaria, Iniciativa para la Economía de la Compasión, para responder al problema de la desigualdad económica, apoyar una economía sostenible y resiliente, y trabajar para involucrar al público en conversaciones sobre la visión de una economía de la compasión (ECI, 2020). Por su parte, el Reino Unido lanzó, en el 2015, el primer documento de política pública para abordar problemas de salud mental y físicos en áreas de la salud, educación, trabajo, justicia penal y vida pública, a través de la aplicación de intervenciones basadas en el Mindfulness (Mindful Nation UK Report, 2015). En la actualidad, el Reino Unido utiliza la atención plena en escuelas, colegios y universidades para ayudar a niños, estudiantes y profesores a mejorar su concentración, atención, resolución de conflictos y empatía. En el área de la salud, han utilizado intervenciones para tratar problemas de adicción, dolores y enfermedades crónicas como el cáncer. En el lugar de trabajo, implantaron el Mindful Workplace Response to Covid-19, para tratar los cambios y el estrés ocasionados por la pandemia. En el sistema de justicia criminal y policial, utilizaron la atención plena para tratar problemas de depresión, ansiedad y las altas tasas de suicidio (Mindfulness Initiative, 2020). Estos programas también se han implantado en la vida política del Reino Unido. Según Bristow (2018), un número creciente de políticos, al reencontrarse con su propia vida interior, está encontrando una nueva forma de abordar el discurso político y los problemas sociales; y han comenzado a reflexionar sobre la contribución de la atención plena al bienestar social.

Por su parte, la primera ministro de Nueva Zelanda, Jacinda Ardern, publicó un programa de trabajo y su compromiso para incorporar la compasión y la amabilidad en su gobierno (Ardern, 2018). Sus respuestas a la crisis del coronavirus evidencian ese compromiso y fueron reconocidas globalmente como un modelo de empatía y solidaridad. El mensaje del gobierno neozelandés para responder a esta crisis fue de unidad, fuerza y amabilidad, Únete contra el COVID-19, Nuestro equipo de 5 millones, Sé fuerte, Sé amable (BBC, 2020). Asimismo, en los momentos más críticos de la pandemia, Ardern eligió la salud a la economía, lo que hizo que Nueva Zelanda estuviera entre los países con menos casos per cápita de contagios en el mundo.  

Indicadores para el bienestar

Los modelos presentados anteriormente exploran cambios hacia transiciones justas, aportan al bienestar humano y ecológico, y han apoyado reiteradamente una medición del bienestar distinta al PIB. Estas medidas incluyen, por ejemplo, el Índice de Bienestar Económico Sostenible (IBES), el Índice de Desarrollo Humano, el Indicador de Progreso Genuino, el Índice de Felicidad Nacional Bruta de Bután y el Presupuesto para el Bienestar de Nueva Zelanda.

El IBES, desarrollado originalmente por Daly y Cobb (1989), ha sido estimado para un sinnúmero de países, incluyendo a Puerto Rico, e incorpora indicadores sociales y ambientales como la desigualdad, la explotación de recursos y los daños ambientales, entre otros, que no son considerados por el PIB. Sus resultados comprueban la hipótesis del umbral, en la que el crecimiento y la calidad de vida evolucionan a la par, pero sólo hasta cierto punto, desde donde el crecimiento continúa aumentando y la calidad de vida comienza a disminuir (Max-Neef, 1995). El IBES para Puerto Rico incorporó variables como la desigualdad, el trabajo no remunerado, la contaminación, la pérdida de tierras agrícolas y el costo del crimen, entre otras. Sus resultados demostraron que, después del punto de inflexión, el proceso de crecimiento contribuyó al deterioro de la calidad de vida en el país (Alameda & Díaz-Rodríguez, 2009; 2015). (Ver diagrama 4).

 

Diagrama 5. Índice de Bienestar Económico Sostenible para Puerto Rico. Fuente: Alameda & Díaz-Rodríguez (2015).

     

Por su parte, el Índice de Desarrollo Humano para Puerto Rico resaltó varios aspectos importantes: las múltiples crisis a las que se enfrenta el País y la ausencia de una visión colectiva de desarrollo humano para integrar factores humanos y ambientales; la complejidad de los problemas en Puerto Rico; la incoherencia, fragmentación y desarticulación de estrategias parciales; la pobreza, la alta tasa de desempleo, la baja tasa de participación laboral y la alarmante desigualdad social (IEPR, 2016). 

El Indicador de Progreso Genuino (IPG) ha sido estimado para varios países, incluyendo Estados Unidos y China, e incorpora, por ejemplo, contribuciones económicas de los hogares, trabajo voluntario, el costo del crimen y del divorcio (Kubiszewski, 2018). China, por ejemplo, experimentó un rápido crecimiento del PIB per cápita, entre 1950 y el 2008. Sin embargo, durante la década de 1990, su IPG per cápita disminuyó, empeorando su distribución del ingreso y aumentando sus costos ambientales. Por su parte, el Índice de Felicidad Nacional Bruta, desarrollado en Bután, es un enfoque holístico, colectivo, sostenible y equitativo que incorpora aspectos sociales, ecológicos, comunitarios y espirituales, que no son considerados en el PIB (Centre for Buthan Studies, 2016; Thinley, 2007). Este índice incluye, por ejemplo, condiciones de vida, bienestar psicológico, salud, diversidad, resiliencia ecológica y cultural, educación, vitalidad de la comunidad, uso del tiempo y buen gobierno (Ura, et al., 2012). Nueva Zelanda también utiliza un enfoque presupuestario innovador, basado en el bienestar y en la calidad de vida de las personas. Su presupuesto, diseñado de manera circular, utiliza un proceso colaborativo, basado en la evidencia, en el que se evalúa su impacto en el bienestar y en sus políticas, para establecer prioridades y presupuestos futuros (Charlton, 2019). Después de la pandemia, el presupuesto neozelandés le dio prioridad a proteger y preservar la salud de sus habitantes (New Zealand Government, 2020).

 

Propuestas y recomendaciones 

A través del mundo, el modelo vigente de crecimiento ha contribuido a la explotación y a la degradación de los recursos del ecosistema, así como a la pobreza y la desigualdad. Puerto Rico también ha sido víctima de ese crecimiento desmedido y de las complejas crisis en que ha sido sumergido durante décadas. No obstante, existen múltiples posibilidades para evolucionar hacia paradigmas que promueven la justicia, la equidad, la solidaridad, la compasión y el cuidado de la naturaleza. En esa dirección, los modelos de las economías ecológicas, circulares, regenerativas y compasivas son relevantes. Las siguientes recomendaciones surgen del estudio profundo y de las interconexiones de esos modelos, y pretenden comenzar un proceso de reflexión y diálogo que apoye nuestras acciones futuras en el país. Muchas otras recomendaciones podrían surgir en el camino.

  1. Sustituir el PIB por medidas integrales e inclusivas como el IBES, el IPG, entre otros
  2. Utilizar modelos circulares y regenerativos para definir, monitorear y evaluar los 9 límites planetarios y los 12 fundamentos sociales que permitan la evolución de una economía saludable y justa
  3. Desarrollar, implantar, medir y evaluar indicadores, presupuestos, políticas y acciones basados en el bienestar humano y ecológico.
  4. Establecer presupuestos circulares para el bienestar, basados en la evidencia y en los procesos colaborativos
  5. Transformar la economía hacia una ambientalmente sostenible a través de un nuevo trato verde 
  6. Promover la educación para el pensamiento holístico, el cultivo de la naturaleza humana, la compasión y el diseño para regenerar, entre otros

 

Estas medidas abordan muchos de los problemas a los que se enfrenta Puerto Rico, como la salud, la educación, la seguridad alimentaria, el impacto del cambio climático, la degradación de los ecosistemas, la transición hacia energías renovables, la protección y la seguridad de las personas más vulnerables, incluyendo niños y mujeres, y la protección de la vida humana. Asimismo, el marco de políticas contempladas debe ser integral, inclusivo, coherente e interconectado a todos los sectores de la sociedad y de la economía. La creatividad e innovación, y el desarrollo tecnológico y empresarial también son importantes para una transición justa hacia nuevas formas de producir y consumir, compatibles con el florecimiento humano y ecológico. Por ejemplo, es recomendable establecer métodos circulares y regenerativos en los procesos de producción y consumo, que promuevan la retroalimentación, la renovación y la autosuficiencia, y que contribuyan a reducir nuestra huella ecológica; promover la seguridad alimentaria a través de procesos circulares sostenibles e incentivos que apoyen la producción y el consumo local de alimentos saludables; promover sistemas cooperativos y comunitarios en sectores de energía, acueductos o agricultura; y apoyar actividades de comercio justo que fomenten la justicia, la equidad y la solidaridad en el empleo y en las transacciones comerciales. Al mismo tiempo, es necesario entender, evaluar y medir los beneficios ecosistémicos e incorporarlos dentro de los análisis y en el establecimiento de políticas públicas y privadas. El manejo sostenible de los recursos naturales y ambientales es trascendental para mantener la salud de los ecosistemas, que sirven de apoyo a la economía y a la vida. Los servicios ambientales, como la protección de los manglares contra inundaciones o huracanes, también aportan al bienestar humano y ecológico. Sin embargo, su valor no ha sido reconocido en actividades que promueven el crecimiento y la destrucción ambiental en el país.  

Estas recomendaciones reconocen la interconexión entre los sistemas económicos, sociales y ecológicos, lo que se extiende a la naturaleza y a todos los seres. No obstante, para aplicar estas estrategias es necesario reconocer esas interconexiones y el carácter circular y regenerativo de las economías. Ese entendimiento se expresa al usar los recursos para mejorar nuestra calidad de vida y la de los demás; al cuidar de la naturaleza; al practicar la compasión y la justicia ambiental; o al proporcionar caminos hacia la creación de políticas que apoyen una vida sostenible y próspera, como la redistribución del ingreso, el desarrollo de comunidades y ciudades sostenibles, la agricultura regenerativa, la reducción de emisiones de contaminantes o el uso de energías renovables (Brown, 2017). De igual forma, estos modelos reconocen que el cultivo de la naturaleza humana, el desarrollo de la conciencia social y ecológica, la práctica de la compasión, la solidaridad, la justicia y el uso del pensamiento sistémico son necesarios para fortalecer el sentido de interconexión y bienestar en las economías. Por ejemplo, la educación para el pensamiento holístico y programas de atención plena o Mindfulness que contribuyen a desarrollar la compasión y la colaboración humana, podrían ser utilizados en escuelas, universidades, empresas, en el gobierno y en el proceso de desarrollar políticas públicas. Estas prácticas también promueven la distribución del poder, y el empoderamiento de las comunidades para ejercer su derecho a la gobernanza y su participación en las decisiones políticas y económicas que les afectan.  

Conclusiones

Los costos del crecimiento, principalmente por la quema de combustibles fósiles, aumentan de manera vertiginosa e incierta y son traspasados infamemente hacia los más pobres, vulnerables, e indefensos, hacia aquellos desprovistos de poder económico y social. El impacto del cambio climático ha cobrado miles de vidas alrededor del mundo, ha desplazado a comunidades enteras y pone en peligro la estabilidad de los ecosistemas y de las economías. Al mismo tiempo, la insensibilidad y las injusticias económicas, políticas y sociales, las visiones meramente materialistas, la búsqueda de rentas para beneficio personal o la falta de empatía y compasión, ponen en peligro los procesos hacia transiciones justas. No hay que ir muy lejos, para vivir en carne propia el impacto de esas actividades y acciones. Puerto Rico ha sufrido todo tipo de catástrofes económicas, sociales y climáticas. Desde la catástrofe económica por la que atraviesa la Isla desde hace décadas, la imposición de una junta de control fiscal por el gobierno de Estados Unidos y sus políticas de austeridad, el impacto catastrófico del huracán María y la pérdida de miles de vidas, la inseguridad alimentaria y energética, la pobreza y la crisis de salud, hasta la crasa ineficiencia e insensibilidad de algunos funcionarios públicos y privados para enfrentar esos problemas.  

Esas interconexiones entre los procesos económicos, sociales y ecológicos son reales y continuar ignorándolos es un error inconcebible. Los modelos discutidos anteriormente reconocen esas interconexiones y coinciden en que es indispensable hacer una transición hacia nuevas formas de convivencia que promuevan el bienestar, la solidaridad, la compasión, la justicia y la paz. Sin embargo, no existe una ruta única para alcanzar el bienestar. En su encrucijada, existen infinidad de elecciones. Esto es nada menos que una “transición civilizatoria” como explica Arturo Escobar (2019), “de un único modelo de vida, a un mundo donde caben muchos mundos, un pluriverso”.

 

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