Texto
Mariolga Reyes Cruz,
Fideicomiso de Tierras Comunitarias para la Agricultura
Arte
Raysa Rodríguez / Colectivo Moriviví
Salir de esta Cosa Escandalosa: Ecofeminismo y Decrecimiento para vivir bien
Quienes están prestando atención a las marejadas, las sequías, los huracanes, las temperaturas, saben que algo extraño está pasando en la Tierra. Cada año, fuegos de intensidades inimaginables se extienden por Australia, Estados Unidos y la Amazonía. Miles de personas escapan de lluvias torrenciales y sequías extensas a destiempo en Asia y Centroamérica. Ciclones, tornados, huracanes, marejadas de magnitudes y fuerzas históricas dejan estelas de desolación. La crisis climática ya está aquí. En las islas de Puerto Rico, ubicadas en el corredor de las tormentas que se forjan al calor de la costa oeste del África, a cuatro años del paso de los huracanes Irma y María, miles de personas aún no tienen techo seguro. A ellas se unen cientos de personas despojadas de sus hogares por el enjambre sísmico del 2020 y los desahucios que van en aumento a medida que la depresión económica se profundiza. Es decir, mientras el planeta se sobrecalienta las crisis sociales se agudizan. La gente que ya está viviendo en condiciones cada vez más precarias sufren más. Las condiciones mismas para la sostenibilidad de la vida humana están en juego. En Puerto Rico, la gran mayoría de la gente reconoce la crisis climática y entiende que sus efectos ya se observan en estas islas (Consejo de Cambio Climático de Puerto Rico, 2020). Para salir de esta Cosa Escandalosa por un camino de solidaridad y justicia, dentro de los límites de la biosfera, vamos a necesitar replantearnos los fundamentos de la vida misma en el sistema que la destruye.
Esta Cosa Escandalosa que amenaza la vida misma
Primero reconozcamos que la Tierra nunca ha sido nuestra. Habitamos el planeta junto a trillones de otras especies. La historia humana es de las historias más breves de todas las historias de los organismos que habitan el planeta. Sin los millones de organismos que surgieron mucho antes de la humanidad, con su ir y venir entre las profundidades más oscuras de los océanos y las capas terrestres hasta las alturas más deslumbrantes de la biosfera, entrelazados al vasto mundo inorgánico en sus procesos fundamentales para la vida y la muerte, sin toda la actividad y diversidad de la Tierra, no existirían las condiciones materiales para que la especie humana emergiera y subsistiera hasta hoy. Sin los ciclos de los bosques y del agua, los flujos del aire, la posibilidad de hacer fuego, las estaciones astronómicas, el sol, la presencia de las estrellas en la bóveda celeste, la luz y la oscuridad, sin la tribu y la hospitalidad de la gente extraña, estaríamos perdidas.
Vivimos en un planeta extraordinario con una capacidad asombrosa para concebir la vida. Pero los ritmos de la Tierra, en su pausado viaje por este pequeño sistema solar, no obedecen las lógicas y tiempos humanos. Nuestros tiempos –los históricos, cotidianos, institucionales, sociales, económicos, políticos– han sobrepasado la capacidad de regeneración de los ecosistemas de los que depende la vida. Tanto es así que esta era geológica ha sido llamada el “Antropoceno” a modo de dar cuenta de cómo la actividad humana incesante ha ido cambiando el planeta (Smithsonian Museum of National History, 2018). La fertilidad de los suelos, la vida de los bosques, las montañas, el aire que respiramos, los valles, los acuíferos, los ríos y sus tributarios, las costas, los arrecifes de coral, la diversidad de los océanos, todo está amenazado por el afán de crecimiento económico sin fin del sistema capitalista globalizado que destruye en un abrir y cerrar de ojos lo que toma cientos y miles de años en generarse.
Quienes han impulsado la separación, depredación y expulsión de la naturaleza de nuestro álbum familiar han sido un puñado de personas que se han revestido con el derecho de imponer su visión de mundo sobre todas las demás gentes del planeta. El calentamiento global es consecuencia de procesos históricos que van desde los primeros cercamientos en el continente que se conocerá como Europa, la conquista de Abya Yala en el siglo XV y, más recientemente, la revolución industrial europea de mediados del siglo XIX (ver Mattei, 2013). Esta Cosa Escandalosa es una crisis del patrón civilizatorio de la modernidad europea caracterizado por ser “antropocéntrico, patriarcal, colonial, clasista, racista y cuyos patrones hegemónicos de conocimiento, su ciencia y su tecnología, lejos de ofrecer respuestas de salida a esta crisis civilizatoria, contribuyen a profundizarla” (Lander, 2019, p. 14). Como patrón civilizatorio representa un momento en nuestra larga historia. Se ha arraigado, pero también puede ser transformado.
De caminos, sendas y confluencias
La Tierra provee las condiciones materiales para la vida siempre y cuando entendamos los límites materiales de nuestra existencia y nuestra interdependencia. Somos seres ecodependientes. Dependemos de sistemas naturales saludables y vigorosos para respirar, alimentarnos, cobijarnos, encontrarnos. Somos interdependientes pues nuestra vida sólo es posible en y desde un territorio cohabitado con otros seres vivientes. Nadie nace y sobrevive, se reconoce, aprende y crece, sin la existencia de otras personas. Nuestros cuerpos son territorio en el que conviven trillones de bacterias y hongos que necesitamos para estar saludables. La vida es finita, precaria, incierta, sólo posible si se cuida, sólo posible en la interdependencia. Somos vulnerables. La conciencia de nuestra ecodependencia, interdependencia y vulnerabilidad guió nuestro andar por cientos de miles de años. Es sólo en el último momento de los últimos siglos, por los procesos desatados durante la Modernidad Occidental y la conquista de Abya Yala, que hemos olvidado nuestro lugar en el mundo (Herrero, 2012, 2017; Larrañaga Sarriegi y Jubeto Ruiz, 2017; Pérez Orozco, 2013, 2019; Trevilla Espinal, 2018; Mattei, 2013).
Tomarnos en serio la crisis climática nos lleva a una encrucijada. Estamos frente a dos caminos ya abiertos: el camino sin salida y el camino hacia otro lugar. Por el camino sin salida, encontramos veredas conocidas, tentadoras, mágicas, que llegan al mismo punto de partida de esta Cosa Escandalosa. Éste es el camino abierto por la apuesta a la “economía verde” o, más al punto, al capitalismo verde, que se reformula para mantener las lógicas de mercantilización y acumulación sin fin sobre los cuerpos-territorios de poblaciones enteras a favor de un puñado de capitalistas (Aronoff, Battistoni, Aldana Cohen & Riofrancos, 2019; Klein, 2019; Lander, 2019; Pérez Orozco, 2019). Por aquí, se solidifica la noción que equipara el vivir bien con el tener más, buscando incesantemente la satisfacción de nuestros deseos y necesidades en los mercados, dejando una estela de insatisfacción, marginación y explotación. Mientras más consumimos más presiones ponemos sobre los ecosistemas, agudizando cada día más la crisis climática. Por este camino, nos quedamos esperando soluciones tecnológicas deslumbrantes que, si llegan a tiempo, generarán mas expropiación, explotación y consumo. Éste es el camino del sálvese quien pueda aspirar a comprarse un terrenito en Nueva Zelanda (hace años en marcha, ver Carville, 2018) o llegar hasta Marte (como si la vida en la estación espacial fuese una maravilla). Las grandes mayorías nos enfrentamos a ecofascistas internacionales que achacan el desastre ambiental a la sobrepoblación, la inmigración y a las poblaciones históricamente marginadas, para imponer el genocidio como salida (ver Corcione, 2020; Ecologistas en Acción, 2012; Klein, 2019; Arruzza, Bhattacharya y Fraser, 2019).
En cambio, el camino hacia otro lugar es el camino de la utopía. Este camino está cultivado por la más profunda solidaridad de la humanidad consigo misma y con la biosfera, poniendo al centro la sostenibilidad de la vida y los cuidados que (re)generan la existencia, con el ojo en quienes queden a los márgenes para abrirles paso. Es un camino que nos lanza a replantearnos cómo andamos por este mundo, cómo vivimos, qué necesitamos y qué no, qué podemos y debemos soltar, qué legado queremos dejarle a quienes están por llegar, qué entendemos por vidas dignas de ser vividas y cómo las alcanzamos protegiendo el bienestar de las generaciones futuras (Pérez Orozco, 2019). Por este camino, podemos dejar atrás las presiones de la acumulación individual para vivir bien, más pausado, disfrutando los bienes comunes y poniendo en marcha la redistribución justa y solidaria de aquello que necesitamos para vivir. Por este camino, encontramos senderos y veredas que confluyen, como las luchas por la soberanía alimentaria ecológica, el decrecimiento, los nuevos tratos verdes y los pactos ecosociales, los ecofeminismos, el ecosocialismo, el cooperativismo, el sumak kawsay, el suma qamaña, el trato rojo, entre muchas otras corrientes contestatarias que buscan el bien común de la humanidad en armonía con la Tierra. La historia de los próximos cien años estará marcada por el camino que decidamos andar ahora.
Para vivir bien
Decía Mahatma Gandhi “la tierra provee lo suficiente para satisfacer las necesidades de todos, pero no tanto como para satisfacer la avaricia de cualquiera” (Decrece y Rica, 2018). El sistema capitalista nos vende vidas construidas a partir del consumo infinito individual, el acaparamiento y la competencia. Pero este sistema es incapaz de satisfacer las necesidades y deseos de todas las personas y destruye la capacidad de regeneración de la vida en el planeta. Por esto, es vital construir otras vidas, dignas de ser vividas, más allá de los mercados capitalistas que pretenden capturarlo todo y reducirlo a mercancías para enriquecer a unos pocos, y más allá del Estado cómplice del mismo sistema que expulsa y destruye. Para salir de esta Cosa Escandalosa, es fundamental plantearnos horizontes para vivir bien en suficiencia privada y lujo público (Monbiot, 2020).
Los límites del planeta hacen imposible que cada persona tenga todos los lujos privados. Pero, sí podemos aspirar a vivir bien fortaleciendo y expandiendo los lujos públicos, lujos compartidos desde la solidaridad, la justicia y la sostenibilidad, disminuyendo las necesidades de consumo individual impuestas por el capital (Monbiot, 2020). Este camino requiere del rescate de los bienes necesarios para la vida sacándolos de las lógicas de la privatización para su puesta en común y luchar por la redistribución radical y justa de los recursos mercantilizados (Pérez Orozco, 2013; Mattei, 2013; Monbiot, 2020). En este horizonte, está el acceso amplio a las playas, los ríos, las montañas, los parques, las bibliotecas de libros, juguetes y herramientas, las piscinas comunales, la trasportación colectiva movida por energía renovable, los paseos peatonales, los servicios de prevención y cuidado de la salud, la educación, la vivienda digna, el alimento sano, los cuidos. Todo lo que necesitamos y deseamos puede ser gestionado desde lo público y lo común consumiendo menos mercancías innecesarias cuya producción, uso y desuso profundizan la crisis climática.
En términos muy generales, los bienes públicos son bienes o servicios gestionados por el Estado a los que todas las personas debemos tener acceso. Los bienes públicos nos sirven a todas las personas, pero tienden a ser gestionados de forma jerárquica y burocrática, estando en constante amenaza de ser privatizados. Los bienes públicos deben ser rescatados, fortalecidos y expandidos.
Por otra parte, los bienes comunes son bienes materiales o culturales de acceso universal para toda la comunidad que les cuida y se beneficia de ellos, gestionados de forma democrática por las comunidades que los custodian. Los bienes comunes existen para ser disfrutados por generaciones, por esto son inalienables: “No se pueden vender en el mercado, especular con ellos ni acumular con vistas a beneficios futuros” pues predomina su valor de uso, escapando así la lógica de mercado (Méndez de Andés, 2015, p. 33).
En Puerto Rico, tenemos experiencias importantes con “la puesta en común” o “commoning” (D’Alisa, 2013) de bienes necesarios para la vida a beneficio de miles de personas con ingresos escasos. Contamos con más de 50 años de experiencia en la gestión cooperativa de la vivienda de interés social. Además, en las últimas dos décadas, la gente movilizada ha forjado desde abajo tres fideicomisos de tierras comunitarias protegiendo el acceso justo a la tierra para decenas de miles de habitantes de comunidades empobrecidas y vulnerabilizadas. Éstas son experiencias que abren caminos para el rescate de bienes esenciales naturales y construidos fortaleciendo nuestras capacidades para la gestión participativa y democrática de los bienes comunes.
La historia del cooperativismo en Puerto Rico se remonta a finales del siglo XIX, cuando el régimen colonial español reconoce el derecho de “libertad de reunión, de prensa, de culto y de asociación” (Catalá Oliveras y Rivera Izcoa, 2010, p. 51). Inmediatamente, surge el primer experimento cooperativo, liderado por Santiago Andrade, carpintero negro, quien fundó una “sociedad de socorros mutuos llamada Los Amigos del Bien Público” (Catalá Oliveras y Rivera Izcoa, 2010, p. 52). Las cooperativas son empresas sociales y solidarias:
“… centradas en las personas, que pertenecen a sus miembros, quienes las controlan y dirigen para dar respuesta a las necesidades y ambiciones de carácter económico, social y cultural comunes… Se gestionan de forma democrática con la regla de “un miembro, un voto”, independientemente de si sus miembros son clientes, empleados, usuarios o residentes. Todos los miembros tienen los mismos derechos de voto, independientemente del capital que aporten a la empresa. Son empresas basadas en valores y su objetivo no es solamente crear riqueza. Por ello, las cooperativas comparten una serie de principios acordados internacionalmente y actúan juntas para construir un mundo mejor a través de la cooperación. Se basan en la equidad, la igualdad y la justicia social… al no ser propiedad de accionistas, los beneficios económicos y sociales de su actividad permanecen en las comunidades en las que se establecen. Las ganancias generadas se reinvierten en la empresa o se devuelven a los miembros.” (Alianza Cooperativa Internacional, 2021)
En el Puerto Rico de los años 70, se desarrollaron una decena de cooperativas de vivienda mancomunadas cuyo objetivo principal era garantizar el derecho a la vivienda digna a personas “cuyos ingresos anuales no las cualifican para residir en la vivienda pública” subsidiada por el Estado o para comprar una vivienda privada (Liga de Cooperativas de Puerto Rico, 2021).
Hace poco más de diez años, subempleada y precarizada, ingresé como socia a una cooperativa de vivienda mancomunada en San Juan. En aquel momento, vivía sola y trabajaba a tiempo parcial, como profesora en la Universidad de Puerto Rico, ganando 12 mil dólares al año. Al ingresar a la cooperativa obtuve el derecho de uso sobre un apartamento de dos habitaciones, equipado, con acceso a estacionamiento seguro, lavanderías y áreas de esparcimiento, donde vivir a perpetuidad, pasando los mismos derechos a la próxima generación, a cambio de una aportación muy por debajo del mercado de bienes raíces. Cuando formé familia y creció, nos movimos a un apartamento más grande pues en la cooperativa mancomunada podemos cambiar de apartamentos según crecen o se reducen nuestras necesidades de espacio. En vez de invertir en comprar o reparar enseres por cuenta propia, el equipo de mantenimiento de la cooperativa los repara por el coste de los materiales. La cooperativa provee empleos para socios y socias, desde administración y mantenimiento hasta trabajo social y actividades recreativas. A través de los años, en momentos de desempleo, subempleo y empleo temporero, la cooperativa ha protegido mi derecho a la vivienda digna. Aprendí que no es necesario adquirir un título de propiedad para tener seguridad habitacional. El modelo cooperativo de vivienda mancomunada sólo requiere estar dispuestas a cooperar entre socias para cuidarnos y proteger el bien comunal. Este modelo, hoy en día amenazado por las mismas lógicas de las que intentaba salir (Colón Morales, 2018), debe ser rescatado y ampliado.
Para las comunidades empobrecidas que son excluidas y expulsadas por el capital, crear estructuras que salvaguarden su derecho a permanecer es fundamental. Los fideicomisos de tierras comunitarias (FTC) presentan otra forma de proteger el derecho a estar. Existe una diversidad de FTC. En términos generales, éstas son entidades privadas con fines públicos que salvaguardan la tierra como bien común, a perpetuidad, para el beneficio de comunidades históricamente marginadas y despojadas (ver Davis, Algoed & Hernández-Torrales, 2020). En Puerto Rico, hay un puñado de FTC: el Fideicomiso de la Tierra del Caño Martín Peña, el Fideicomiso para el Desarrollo de Río Piedras y, más recientemente, el Fideicomiso de Tierras Comunitarias para la Agricultura Sostenible. Los primeros FTC en Puerto Rico fueron gestados para proteger a comunidades empobrecidas amenazadas por planes de desarrollo que les excluyen y les expulsan de los barrios que habitan. Fundado en el 2019, el Fideicomiso de Tierras Comunitarias para la Agricultura Sostenible es el primero que tiene como propósito proteger las tierras agrícolas a perpetuidad como bienes comunes para asegurar el acceso justo y equitativo a la tierra cultivable a los agricultores y las agricultoras ecológicas sin tierra ni capital por generaciones.
Según Álvarez Febles (2020), Puerto Rico podría producir el 70 % de los alimentos que consume el país. Para lograrlo, las tierras agrícolas deben estar en manos de quienes las cultivan y cuidan. Desde los años 50, se han dejado de cultivar 1.5 millones de cuerdas agrícolas (González y Gregory, sf). Mientras la especulación sobre el valor de mercado de la tierra agrícola se dispara, la mayoría de quienes operan fincas ganan menos de 20 mil dólares al año (USDA, 2020). Los FTC interrumpen las lógicas del mercado de bienes raíces protegiendo la propiedad a perpetuidad por su valor de uso sobre su valor de cambio. El Fideicomiso de Tierras Comunitarias para la Agricultura Sostenible es una respuesta desde la ciudadanía movilizada para asegurar las bases materiales esenciales para lograr la seguridad y soberanía alimentaria desde la agricultura ecológica cobijando economías sociales y solidarias sostenibles que atiendan las necesidades y deseos de quienes habitan las tierras y sus comunidades. Quienes habiten las tierras custodiadas por el fideicomiso integrarán sus estructuras de gestión y gobernanza democrática cuidando los bienes comunes para su uso y disfrute presente sin comprometer el futuro de las próximas generaciones.
Fortalecer, expandir y proteger los bienes comunes tiene el potencial de ampliar los caminos de salida de esta Cosa Escandalosa. Contar con vivienda asequible y digna desde la cooperación y la equidad fortalece nuestras capacidades para la vida democrática. Producir la mayor parte de nuestros alimentos practicando la agricultura ecológica reduce nuestra dependencia de las importaciones de alimentos producidos y transportados de formas insostenibles, promueve la salud comunitaria y genera economías locales que impulsan el desarrollo social sostenible. Cultivar en tierras custodiadas como bienes comunes asegura el acceso justo a la tierra por generaciones. Convivir en espacios gestados como bienes comunes es vital para enfrentar la crisis climática en justicia y solidaridad.
Vamos a andar
En nuestro país hay cientos de miles de personas que apuestan a la distribución democrática y justa de los recursos, a la democracia participativa, la protección y regeneración de nuestros ecosistemas, la reducción del consumo desmedido, los cuidos y los acompañamientos. Estos esfuerzos en conjunto aportan a un país más justo y solidario abriendo sendas en camino a transformar esta Cosa Escandalosa. Como dice Amaia Pérez Orozco (2019), ya estamos en transición hacia otro lugar. No estamos esperando a lograr todas las reformas del sistema actual para regresar al estado de situación anterior, para mantenerlo o mejorarlo. Tampoco estamos esperando a la revolución para poder cambiarlo todo de un plumazo. Estamos en movimiento. Las reformas y los procesos revolucionarios están en marcha. Nos falta reconocernos en el camino hacia un horizonte común donde la sostenibilidad de la vida colectiva esté por encima de la acumulación material y la privatización de necesidades y deseos. Para que el camino se mantenga abierto y amplíe, necesitamos experimentar otros modos de vida cuya satisfacción no radique exclusivamente en el ingreso individual y el acceso a los mercados, sino que se nutra del tiempo mismo, de la cooperación y la posibilidad de estar en comunión con aquello que nos rodea.
Tenemos apenas una década para tomar acciones radicales que transformen nuestras sociedades de forma tal que desaceleremos significativamente el sobrecalentamiento del planeta hasta detener su progreso (Intergovernmental Panel on Climate Change, 2019). La crisis climática no se va a detener para que tengamos todas las conversaciones, lleguemos a todos los acuerdos entre todas las personas y establezcamos un orden de acción. Tampoco vamos a lograr hacer todos los estudios y los análisis en los tiempos de la biosfera. Nos toca movilizarnos desde donde estamos, de forma amplia, diversa, democrática, participativa, autoconvocada, caminando entre quienes ya sabemos lo que está en juego para acompañarnos, mantener la sanidad, complementar esfuerzos y sostenerlos. En el andar iremos aprendiendo, ampliando y profundizando los diálogos, ajustando, manteniendo los oídos en tierra, entendiendo(nos) más y mejor, expandiendo las redes de colaboración, complementándonos. Esperar a que se den todas las condiciones ideales no es una opción. La mar se calienta y se alza, el clima extremo azota y la biodiversidad se reduce mientras que, con o sin permiso, los buldóceres destruyen en un día lo que toma siglos en regenerarse. El camino de salida está abierto. Las luchas por la justicia climática y las transiciones justas, antirracistas, antipatriarcales, decoloniales y anti/pos capitalistas están trazando horizontes fuera de esta Cosa Escandalosa. Somos por quienes esperamos. ¡Abracémonos en el camino!
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1_ Donna Haraway (1991), al hacer referencia a “la historia transformadora del ‘patriarcado capitalista blanco,’” se pregunta “¿de qué otra manera podríamos llamar a esa Cosa Escandalosa? … que transforma todo en un recurso apto para ser apropiado” (p. 340). Amaia Pérez Orozco (2019) agarra la frase para nombrar al capitalismo heteropatriarcal donde el “sujeto blanco, burgués, varón, adulto, con una funcionalidad normativa, heterosexual impone su vida como la única que importa, la plenamente digna de ser garantizada a costa del resto” (p. 19).
2_ Este ensayo fue escrito en compañía de mucha gente querida y admirada. Agradezco especialmente a Juan Manuel Pagán Teitelbaum, ecofeminista práctico, pues sin su presencia, cuidos y compromiso constante hubiese sido imposible leer, reflexionar y escribir.
3_Para Francois Houtart y Eduardo Galeano, la utopía es un horizonte, una invitación a caminar (ver Houtart, 2013; Galeano, 2001).
Referencias
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