Educar hacia otro mundo posible: Lineamientos para pensar y actuar

Texto
Anita Yudkin Suliveres,
Cátedra UNESCO de Educación para la Paz, Factulad de Educación, Universidad de Puerto Rico- Río Piedras

Arte
Estefanía Rivera Cortés / Agitarte

Educar hacia otro mundo posible: Lineamientos para pensar y actuar

Por qué, para qué y para quién educamos son preguntas fundamentales que Paulo Freire trazó al acercarse con mirada crítica y política a la educación durante la segunda mitad del siglo 20. Sus denuncias a la educación bancaria, junto al anuncio de una educación liberadora abren camino a plantearnos e, inclusive, a soñar que la educación puede ser transformadora (Freire 2006, 1970). Freire alerta acerca de las consecuencias del acto educativo transmisor que sirve para adaptar y domesticar pasivamente al aprendiz al mundo como existe y, por tanto, es opresivo. No obstante, Freire nos convoca a la educación para la liberación que conlleva la humanización de los y las aprendices y los y las educadores en su concientización y comprensión del mundo para participar e incidir en éste hacia su transformación. Una transformación hacia una sociedad de mayor justicia y hacia la superación de la dominación. Más aún, ante el avance del modelo económico neoliberal y sus secuelas de injusticia y exclusión, Freire reclama con urgencia por una educación no fatalista, esperanzadora, anclada en la comprensión de esa realidad y la capacidad humana de superarla (Freire 2015, 2006, 1993).

Hacia qué mundo posible educamos es otra pregunta clave que surge en estos tiempos de múltiples crisis, que junto a las preguntas identificadas por Freire nos sirve de guía para pensar la educación. Evidentemente enfrentamos diversas problemáticas que atentan, no sólo contra el bienestar de la inmensa mayoría de la población, sino también contra la existencia misma sobre el planeta Tierra, como se evidencia con la crisis climática. El modelo económico de extracción y explotación de los recursos naturales y humanos nos lleva a cambios dramáticos y a la destrucción del planeta, afectando social y ambientalmente de manera desigual a las personas y las comunidades. Ante este escenario complejo, los y las educadoras debemos replantearnos los procesos educativos y las experiencias formativas para proponer contenidos de estudio, capacidades y saberes requeridos para una transición justa hacia la supervivencia, la justicia ambiental, la equidad, y el disfrute pleno de los derechos humanos. 

En este escrito propongo algunos lineamientos para acercarnos con esperanza a la indispensable tarea de educar hacia otro mundo posible, teniendo presentes las interrogantes antes planteadas. Estos lineamientos se basan en la propuesta freireana de una educación liberadora y algunas consideraciones recientes desde la pedagogía crítica. Se sustentan fundamentalmente en principios de la educación para la paz, los derechos humanos y la sustentabilidad, elaborados previamente en trabajos sobre la práctica educativa que realizamos desde Puerto Rico (Pascual Morán, 2013; Yudkin, 2017). Se integran, además, propuestas urgentes para la educación ante los rápidos cambios ecológicos que requieren conocimiento y acción concertada para la supervivencia de las personas y el planeta Tierra. 

Educar críticamente en tiempos de incertidumbre

En el libro Critical Pedagogy in Uncertain Times (Macrine, 2020), diversos educadores aportan su pensar para enfrentar los tiempos que vivimos desde el acercamiento de la pedagogía crítica. En sus textos, reconocen que, ante la marginación, supresión de derechos y asalto a la democracia que resultan del neoliberalismo y sus políticas globales actuales, es necesario reformular el espacio educativo; redirigir su propósito fundamental hacia el pensamiento crítico, la toma de conciencia y la acción concertada (Macrine, 2020). 

Henry Giroux (2020) alerta que la cultura del miedo y el discurso de la deshumanización que permea el capitalismo extremo, especialmente en los Estados Unidos, disemina una mezcla tóxica de discriminación, ignorancia, y falta de verdad con ideales fascistas (p.17). Esta llamada Era de la post-verdad, además, distorsiona la posibilidad de conectar problemas individuales con consideraciones sistémicas amplias. En otras palabras, despolitiza y relega asuntos estructurales al ámbito personal y la responsabilidad para atenderlos al individuo, removiendo así la noción de responsabilidad social y la búsqueda de la justicia del accionar colectivo. 

Ante este escenario, Giroux reafirma la importancia de un lenguaje militante de posibilidad que, basado en el conocimiento histórico, es capaz de “imaginar un futuro que no imite el presente” (p. 28). Apunta Giroux que este lenguaje de formación política debe llevar a la comprensión de la interrelación entre diversos fenómenos como el creciente autoritarismo, junto a otros problemas vitales como los retos ecológicos, la encarcelación de jóvenes y la militarización del espacio público. Una educación que posibilite traducir los problemas privados a asuntos públicos y éstos en derechos individuales y colectivos. 

Por su parte, Antonia Darder (2020) profundiza en las implicaciones del concepto de concientización, desarrollado por Paulo Freire, para la educación ante el escenario presente. Darder enfatiza en la relación entre la toma de consciencia, la acción humana y el mundo que queremos reinventar. Señala como elemento clave la problematización de la realidad –el plantearla como pregunta, indagar y cuestionarla– con la participación del aprendiz en alterarla. Subraya la importancia de proveer oportunidades genuinas para la participación democrática y la “voz” de los aprendices en procesos de diálogo crítico y cuestionamiento sobre los asuntos vitales que enfrentamos en búsqueda de posibilidades colectivas y solidarias. 

En un acercamiento novel, Noah De Lissovoy (2020) propone una pedagogía crítica de lo global para enfrentar los peligros y retos de la globalización que afectan principalmente a la supervivencia y bienestar de los y las jóvenes. Expone que la globalización, a su vez, provee nuevas oportunidades sociales, otras formas de comunicación que son eje de la construcción de espacios, identidades y formas de acción planetarias. Propone que la enseñanza, el aprendizaje y la educación deben ser re-conceptualizadas como parte de un movimiento amplio y colectivo de transformación social y cultural que se crea según se lucha por conseguirlo. Esta dinámica exige una educación liberadora en perspectiva local y global donde los y las jóvenes se inician en nuevas formas de pensar sus vidas y comunidades en relación con procesos globales de poder, marginación y exclusión, a la vez que descubren y generan otras formas de ser y vivir.  

Educar para la paz hacia otros futuros posibles

Basado en la conceptualización de la paz positiva (Galtung, 2011, 1969) y el acercamiento crítico de la educación para la paz (Bajaj, 2015, 2008; Cabezudo, 2013; Jares, 2001), podemos educar hacia otros futuros posibles; futuros que requieren pensarse y concertarse de manera inédita ante la crisis climática actual. El concepto de paz positiva propone que la paz es más que ausencia de guerra y violencia directa, ésta se construye también en la medida en que superamos la violencia en sus manifestaciones indirectas –la violencia estructural y cultural (Galtung, 1990). En otras palabras, aunque no habitemos en un país en guerra, mientras nos aquejen condiciones como la explotación y la marginación, no estamos en paz. Tampoco lo estamos cuando permean y se normalizan el racismo, la homofobia y el machismo, y otras prácticas que laceran la dignidad e integridad de las personas. Desde esta visión, la paz adquiere una dimensión activa que nos mueve a superar las violencias directas e indirectas al generar condiciones de mayor justicia y equidad, basadas en los derechos humanos y la participación ciudadana. Además, nos acerca a la visión de la paz integral que conlleva repensar nuestra relación con el planeta ya que la paz no se limita a un aspecto interno de las personas, ni a las relaciones con los y las demás, sino también a las formas de vida y subsistencia con el entorno natural (La Carta de la Tierra 2000; Sandoval Forero, 2014).

 Algunas áreas de estudio medulares a la educación para la paz son los derechos humanos, el desarme y la desmilitarización, la no-violencia, la resolución de conflictos y la sustentabilidad (Cabezudo, 2013; Jares, 1999; Reardon, 2010). Es importante destacar que no basta educar sobre estos temas, es necesario educar en y para promover el alcance de éstos hacia la construcción de la paz en positivo. El conocimiento sobre estos temas, que se vinculan entre sí, debe llevar a la acción para conseguirlos.

En este sentido, la educación para la paz y los derechos humanos se sustenta en el principio de la coherencia (Magendzo, 2012): sus contenidos, metodologías y prácticas tienen que ser cónsonos con los saberes, competencias y valores que aspira promover. El sobre qué educamos está atado a el cómo y para qué educamos, de manera que la experiencia educativa lleve a la apropiación de conocimiento y formas de acción coherentes con ese futuro posible que visualizamos. Claramente, esto conlleva una metodología activa y participativa en todos los espacios educativos (Cabezudo, 2013; Cabezudo & Haavelsrud, 2010; Jares, 1999; Pascual Morán, 2013). Además, Xesús Jares (2005) reclama que la educación requiere anclarse en la comprensión de la realidad, educar para la verdad en tiempos que imponen miedos, fanatismos y guerras. A la vez, propone educar para la esperanza al conocer alternativas, sensibilizar sobre el valor de la justicia, fomentar la autonomía y participación estudiantil en la promoción de los derechos humanos y la paz. 

Otro principio fundamental del educar para la paz es fomentar el aprendizaje que lleva a establecer conexiones entre campos de conocimiento, incluyendo las múltiples formas de violencia que no permiten que vivamos en paz con nosotros y nosotras mismas, los y las demás y la naturaleza (Cabezudo & Haavelsrud, 2010; Snauwaert, 2019; Urrutia, 1996). Por ejemplo, explorar los vínculos entre el militarismo, el cambio climático, el género, la pobreza y la exclusión. O en contraposición, estudiar las posibilidades de prácticas sustentables en sus nexos con la participación ciudadana y otras formas de vivir y convivir en este planeta. Además, en la educación para la paz y la sustentabilidad planetaria nos acercamos a estas problemáticas desde una mirada “glocal” estableciendo claramente la relación entre asuntos y estructuras globales con situaciones y vivencias locales (Bajaj, 2008; Gadotti, 2003a). Iniciativas como los Objetivos del Desarrollo Sostenible de la ONU y la Carta de la Tierra, brindan marcos generales de acción que permiten acercarnos desde una perspectiva amplia a nuestras realidades. No obstante, es desde nuestros contextos y saberes que podemos viabilizar una mirada descolonizadora de la construcción de paz, que nos acerca a la comprensión para trascender los problemas actuales (Bajaj, 2015; Fontan, 2013). Si aspiramos a educar para una transición justa, es indispensable esa mirada descolonizadora, que reconoce los problemas, saberes y posibilidades que se generan desde cada comunidad o grupo en su conocimiento y acción sobre su entorno social y natural hacia otro futuro posible.

En este sentido, destaco el trabajo pionero de Carlos Muñiz Osorio, en su Proyecto ECOPAZ y el modelo de enriquecimiento curricular Praxis educativa ecopacifista (Muñiz Osorio, 2011). Esta iniciativa para la educación en ciencias establece nexos entre la crisis ambiental y los problemas sociales y ecológicos que dificultan la construcción de paz en el archipiélago borincano y en el escenario global. Provee herramientas curriculares y didácticas para entender y atender de manera creativa dichos problemas, resaltando la praxis, integrando la creatividad, el desarrollo de talentos, el proceso de concienciación y la acción no violenta.

Por otro lado, educar con perspectiva de futuro o hacia el futuro (Hicks, 2008; Hutchinson, 1996, Jenkins, 2020) es un acercamiento que, a partir de la realidad pasada y presente, posibilita imaginar futuros alternos noviolentos e identificar aquellos hacia donde preferimos dirigirnos desde el escenario local y global. Para visualizar ese futuro preferido, se investigan con profundidad los problemas y múltiples violencias que son obstáculos para la paz y nos afectan de manera cotidiana y como humanidad. También se educa para el diseño, planificación y construcción de ese futuro preferido. La visión del futuro dirige la acción para el cambio hacia nuevos sistemas y formas de convivir en responsabilidad con futuras generaciones y la sustentabilidad planetaria.

Educar con urgencia ante la crisis climática

Desde principios del siglo 21, dado el escenario de la globalización capitalista y el estado de destrucción del planeta educadores críticos, como Moacir Gadotti (2003b), plantean la necesidad apremiante de un nuevo paradigma en la educación; la pedagogía de la tierra, un enfoque ecopedagógico, de conciencia y ciudadanía planetaria en el que se abordan los problemas ambientales y sociales conjuntamente. La ecopedagogía es un movimiento pedagógico que asume la Tierra como única comunidad y busca cambiar las relaciones humanas, sociales y ambientales del presente y hacia el futuro1

En años recientes, diversos educadores plantean con urgencia redirigir la educación para la justicia ambiental dados los rápidos cambios ambientales planetarios y sus vínculos con las crisis económicas y sociales que caracterizan la actualidad (Assadourian, 2017; Bigelow, 2019, Bigelow & Swinehart, 2014, Haage, 2019). Erik Assadourian (2017) plantea que la educación enfrenta un doble reto. Ésta debe preparar para superar la realidad presente y construir una sociedad sustentable, mientras fomenta la resiliencia y destrezas de vida para la adaptación a rápidos cambios climáticos, ambientales y sociales. Elabora seis principios del Earth Education a estos fines. Primero se requiere conocimiento profundo de la dependencia que tiene la humanidad, todas las especies y civilizaciones con el planeta Tierra. Segundo, comprensión de la interdependencia entre los seres humanos, no obstante, las diferencias en cultura, raza o creencias. Tercero, se precisa de nuevas ideas –del juego, de la experimentación, de las artes– de la creatividad, para enfrentar y resolver los desafíos complejos. Cuarto, fomentar un aprendizaje profundo para pensar de manera sistémica y reconocer las conexiones entre eventos que ocurren en el mundo. El quinto principio impulsa destrezas de vida, una variedad de capacidades para la supervivencia y el aprendizaje socioemocional. Sexto, propone capacitar para el liderazgo centrado en la Tierra que reconozca la necesidad de cambio, y genere la acción valiente y estratégica para alcanzarlo. 

Por su parte, Bill Bigelow (2019) enfatiza en la importancia del activismo estudiantil, de tener oportunidades para sentir que tienen el poder de hacer cambios significativos, como antídoto a la desesperanza. Para esto, es necesario desarrollar confianza y fomentar la pasión por la justicia social y ambiental en experiencias educativas en alegría y disfrute del aprendizaje. En su escrito A people’s curriculum for the Earth, Bigelow y Swinehart (2014) sientan las bases para un currículo que inserta a las y los educadores y estudiantes en el movimiento más amplio para construir una sociedad limpia (en el sentido ambiental y energético), justa, equitativa y democrática. Ambos trabajos destacan que esta capacidad de acción ante al cambio climático, requiere conocimiento e indagación sobre las causas y la historia de la problemática ambiental actual. Lo que conlleva cuestionar el sistema económico capitalista de acumulación y consumo y la cultura antropocéntrica que han puesto en riesgo la vida en el planeta. También el reconocimiento de que la crisis es global, pero afecta de manera desigual a comunidades y grupos en desventaja económica o racial. Resaltan la necesidad de fomentar el aprendizaje entre disciplinas y las capacidades analíticas e imaginativas para abordar estos problemas y considerar alternativas. Proponen el acercamiento de justicia climática en la educación para potenciar cambios sociales que reviertan estas causas y reinventen la incidencia ciudadana para lograrlo. 

Lineamientos para educar en el momento actual

A partir de las ideas antes expuestas, propongo los siguientes lineamientos para educar, pensar y actuar en el momento actual hacia una transición justa, para la justicia ambiental y construcción de paz integral. Menciono algunas iniciativas recientes de educadores en Puerto Rico en reconocimiento del camino iniciado en este proceso.

  • Potenciar el pensamiento crítico y creador

La educación debe potenciar para pensar críticamente, al conocer, indagar, investigar, cuestionar la realidad. Esto conlleva traer al centro temas emergentes en el entorno inmediato comunitario y nacional para fomentar su estudio y comprensión. Temas y políticas vinculados a las múltiples formas de violencia y exclusión, así como aquellos asociados a la acción ciudadana por la justicia ambiental, la equidad, la democracia, los derechos humanos y la paz. 

Pensar críticamente conlleva también la lectura crítica de los medios, redes sociales y otras formas de comunicación que favorecen la manipulación y la desinformación. En la llamada era de la post-verdad, es fundamental aprender a pensar y argumentar ideas y posturas que superen esa desinformación, así como la desestimación del conocimiento y propuestas alternas como meras “opiniones”. También capacidades de análisis y destrezas de información para discernir datos confiables y el conocimiento profundo y complejo acerca de temas vitales y significativos, como son la crisis climática y sus implicaciones para el presente y el futuro.

Si aspiramos a construir otros futuros posibles por medio de una educación transformadora, el acento debe estar en favorecer el potencial creador de los y las aprendices. Cuestionar de qué manera la experiencia educativa provee para proponer, hacer y gestionar iniciativas propias y noveles que aporten al bien común. Adoptar una perspectiva de futuro, que posibilite visualizar y actuar hacia formas inéditas de enfrentar los retos económicos, sociales, políticos y planetarios. 

  • Concienciar acerca de problemas globales y locales

La experiencia educativa debe acercarnos a comprender la interrelación entre las problemáticas globales y los asuntos y problemas locales que resultan en la marginación y la exclusión o en la destrucción de comunidades y el planeta. Comprender estas formas conexas de violencias debe concienciar sobre sus causas y, a la vez, generar los espacios viables para pensar y actuar en combatirlas. Pensar y actuar desde el escenario inmediato, desde saberes propios y locales, conscientes de la relación entre ese accionar y la participación en el mundo para transformarlo. 

Para comprender problemas complejos, es fundamental un acercamiento interdisciplinario que aborde temas ambientales y sociales como eje central del currículo o experiencia formativa. Dos ejemplos son, la estrategia TIERRa del proyecto ecopacifista de Carlos Muñiz Osorio y la propuesta agroecológica escolar de Carol Ramos Gerena (en Yudkin Suliveres y Pascual Morán, 2020). Otras estrategias como el currículo integrado, el aprendizaje basado en problemas o proyectos, proveen para el aprendizaje significativo de contenido a la par de capacidades de investigación y acción necesarias para edificar futuros alternos.

  • Fomentar la empatía y la solidaridad

Ante la oleada de individualismo y falta de reconocimiento de que el futuro de la humanidad y del planeta es compartido, es indispensable educar hacia la comprensión con otras personas para la acción colectiva. La educación precisa educar en sentimientos y valores que nos lleven a superar las visiones del “otro” a una de “nosotros”. En este sentido debemos educar para la empatía, para poder ubicarnos, considerar, abrazar a aquellas personas y grupos en mayor vulnerabilidad. 

No obstante, más allá de la empatía, se requiere alentar sentires y pensares que, basados en los derechos humanos, eduquen hacia la resolución de conflictos y la acción solidaria. Es necesario recrear las experiencias y actividades educativas de manera que en su contenido, metodología y aprendizajes fomenten la solidaridad y la capacidad de actuar para enfrentar las múltiples violencias que atentan contra la vida y la supervivencia del planeta.

  1. Capacitar en las artes y formas noveles de expresión

El momento actual precisa que eduquemos y capacitemos en las artes como formas de exploración y expresión de sentimientos, ideas, protestas y propuestas. Educar en las artes es una manera idónea de sensibilizar, superar la cultura del silencio y favorecer la expresión como parte de la experiencia de aprendizaje. De la misma manera, la educación debe viabilizar el uso de las artes y las tecnologías para comunicar formas de pensar y crear espacios de expresión y acción. La literatura auténtica, el teatro, los performances, el arte gráfico y digital pueden ser herramientas fundamentales para reimaginar el mundo y comenzar a actuar en esa dirección. Así lo ejemplifican los trabajos de Tere Marichal, Viviana Rivera Rondón y Liliana Cruz que educan para el aprendizaje con sentido a partir de la literatura, la danza y el teatro, así como el proyecto ecopedagógico de Jessica Gaspar, Heriberto Ramírez y Jenifer De Jesús para educar para la paz y la sustentabilidad por medio de las artes (en Yudkin Suliveres & Pascual Morán, 2020).

  • Generar escenarios de participación y activismo

Si la educación ha de propiciar para la reflexión y la acción hacia otro futuro posible, sin duda debe generar actividades y escenarios donde la participación estudiantil es protagonista. Desde la niñez temprana hasta la educación de adultos, aprendemos a decir la palabra, a nombrar el mundo, a imaginar mundos alternos y dar pasos en esa dirección por medio de la educación en la medida que se fomentan, reconocen y garantizan espacios de diálogo genuino y participación auténtica. Por ejemplo, participar activamente en la selección de temas de estudio, en la resolución de problemas y conflictos escolares y comunitarios, en generar propuestas de convivencia y acción ciudadana, fomentan la apropiación y el empoderamiento de los y las aprendices en la experiencia educativa y para la vida. Ante la presente crisis climática, el activismo estudiantil debe reconocerse y potenciarse a la acción pensada y organizada para detener las múltiples violencias sociales, políticas, económicas y ambientales. Así lo demuestra las movilizaciones de jóvenes alrededor del mundo en acción por el cambio climático, incluyendo la formación y organización de jóvenes en Puerto Rico (Movilización ante el cambio climático, 2018). Estas acciones deben también proponer con esperanza otras formas de convivencia en y para la sustentabilidad planetaria.

Notas

  1. Para análisis de los temas centrales y evolución de la ecopedagogía, ver Vilches-Norat, Fernández Herrería y Martínez Rodríguez, en Yudkin Suliveres & Pascual Morán (2020).

Referencias

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